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REVISTA DE PRENSA
Trabaja menos para vivir entre ciudadanos

    En España, en torno a uno de cada cinco ciudadanos no tiene trabajo; y una buena parte del resto trabaja más de lo que quisiera.

    La expresión “pleno empleo” sigue figurando en todos los discursos oficiales; en cambio, esa otra de “reparto del paro” aún no pasa de ser un murmullo entre bastidores.

    Pocos meses atrás, Francia ha sido testigo de los primeros movimientos organizados de protesta de la población desempleada. Alemania vive la situación más delicada desde fin de la II Guerra Mundial, incapaz de reabsorver el paro heredado tras la caída del muro de Berlín. Las economías orientales se tambalean y en Japón las estadísticas de desempleo se disparan por primera vez desde 1950. De nuestro país, mejor no hablar.

    ¿Hasta cuándo sostendrá la sociedad industrial esta situación? Pero sobre todo, ¿hasta cuándo va a permanecer pasiva esa parte de la sociedad que ni participa del pastel ni tiene voz en el debate?
Oscar Fontrodona, en un articulo aparecido en Ajoblanco, pone de manifiesto los mecanismos que han generado el desolador panorama laboral de nuestros días y compila algunas de las soluciones radicales que manejan algunos expertos en la materia para dar una salida a la situación; soluciones que parten, todas ellas, del reparto del trabajo.

    Lo que a continuación ofrecemos es una reproducción parcial del artículo en la que, por razones de espacio, nos vemos obligados a limitarnos a mostrar sólo dos de las soluciones radicales que se barajan: la denominada “prima a los voluntarios para el trabajo reducido” y el trabajo “a la carta”.

    A todos aquellos compañeros que deseen ampliar la información aquí expuesta, les remitimos a la Hemeroteca de Humanidades (Campus de Guajara) de la Biblioteca Universitaria, donde podrán acceder a la totalidad del artículo.


Reparto del trabajo.
Reparto del paro.

    El trabajo se ha vuelto escaso; su volumen está cayendo en picado sin parar. El pleno empleo tal como lo conocimos no volverá. Ya no hay trabajo. O sea, trabajo para toda la vida, a jornada completa, para todo quisque.

    Hace medio siglo, cada agricultor producía para alimentar a cuatro personas; hoy, gracias a máquinas y abonos, abastece a cuarenta. La producción de cada hora de trabajo vale hoy 25 veces más que la de 1830. Es decir, cada persona, con un trabajo de igual duración, ha multiplicado por 25 la cantidad de bienes que produce y es por eso que hoy tenemos más calidad material de vida –a pesar de la degradación del entorno- que hace un siglo y medio. Más aún: en un sistema automatizado, pasar de 50 toneladas a 100 no exige el doble de trabajo, simplemente hay que apretar un botón azul. Y este aumento exponencial de la producción es sólo un anticipo: en 1996 no usamos ni un 10% de las máquinas que producirán la riqueza en el 2001.

    ¿Cómo gestionan los tecnócratas el paro? Enmascarándolo.

    Una manera de enmascarar el paro: adaptarnos al subempleo. Es la vía americana. Es también la que han escogido nuestros tecnócratas. La vía americana es una apuesta por la segregación social. Las variantes pueden hacer más o menos soportable esta escisión, que recibe el nombre de sociedad dual, en la que la mitad de la gente trabaja demasiado y la otra mitad no trabaja en absoluto..

    El discurso tecnócrata consiste en admitir que los empleos en la agricultura y la industria van a quedarse en nada pero, se nos asegura, este paro será reabsorbido por el sector de los servicios.
La tesis tecnócrata conlleva un sinsentido en su argumento implícito, ya que las innovaciones técnicas no tienen como fin dar trabajo, sino precisamente economizarlo, no sólo en los sectores industrial y agrícola, sino también en el de servicios.

    Una segunda manera de enmascarar el paro en la sociedad dual son los trabajos subalternos, impuestos a una mano de obra precaria, que pasa de un trabajo ingrato y ocasional a cualquier otro sin interés y mal pagado; cientos de miles de eventuales perpetuos, reemplazables a perpetuidad por el inagotable ejército de parados de reserva: repartidores de pizzas, mensajeros, guardias jurados... Sí, nuevos empleos sobre todo en los servicios de seguridad, para protegernos de la violencia urbana nacida... del paro.

    Hemos visto que unas innovaciones técnicas prodigiosas reducen el tiempo de trabajo a escala de la sociedad. Pero en nuestros países se ha optado por repartir esa reducción de modo desigual. A corto espacio, ante el daño que han producido la imprevisión y la inercia, es inevitable el reparto del paro (“reparto del trabajo”, según nuestros políticos). Hay que repartir los empleos entre quienes los ocupan y quienes lo han perdido o, especialmente, no han podido siquiera acceder a ellos; y esas medidas tienen un coste.

    Pero es preciso ser conscientes de lo que está en juego porque, si seguimos con simples correctivos a la defensiva, con medidas pasivas, dejando que el azar del mercado reparta “de modo natural” el fin del trabajo tal como lo conocemos, no debemos esperar más que nuevos destrozos, tal vez una merienda de negros. En cambio, con una política enérgica podemos aprovechar el caos actual del paro para reinventar el trabajo, esta vez a la medida del hombre y no del negocio.
 

Prima  a los voluntarios para el trabajo reducido

    Una de las variantes cuya discusión está sobre la mesa se debe al comisario del VII Plan Nacional Francés Contra el Desempleo, Michel Albert. Fue durante una visita a la región de Lorena, en la época de los grandes despidos, cuando el comentario ingenuo de una secretaria jugó para Albert el papel de la bañera de Arquímedes. “Tengo una idea –exclamó la joven, escandalizada por el crecimiento del paro y la situación absurda que llevaba a uno de sus hermanos a trabajar duro, ocho horas al día en su alto horno, mientras que el otro se desesperaba por estar parado, todo el día con los brazos cruzados-, ¿por qué no podrían compartir su empleo, cada uno trabajando a media jornada y compartiendo también su subsidio de paro?

    Michel Albert cogió la ocurrencia al vuelo y puso patas arriba sus ordenadores. La investigación dio a luz un sencillo sistema llamado “prima a voluntario para el trabajo reducido”, que corresponde a una de las modalidades de la “2ª nómina” de Guy Aznar. Nos situamos en la hipótesis de dos asalariados, A y B, que trabajan en el mismo taller cobrando el mismo salario y haciendo un trabajo comparable. La empresa no tiene más remedio que reducir el empleo. Lo que hoy se hace consiste en decir: A conserva su empleo, se despide a B y éste se apunta al paro. Supongamos que A trabaja cuarenta horas y cobra 400, B trabaja cero horas y cobra el subsidio de paro, o sea, por lo bajo, el 60% de la base reguladora. Total para los dos: 640. Con el sistema de “prima a los voluntarios para el trabajo reducido”, se permite que A y B elijan compartir su trabajo. Cada uno pasa a trabajar media jornada y cobra medio salario. Pero se añade una prima que compensa el salario perdido: se decide que A y B compartan el subsidio de paro. Cada uno cobra 200 más 120, o sea, en total, 640. Pasan a trabajar veinte horas a la semana cobrando el 80% del antiguo salario. Hay neutralidad económica para la empresa y la colectividad. Y los trabajadores tienen lo que las máquinas nos pueden dar hoy a todos: una doble vida.
 

A la carta

    En una situación de trabajo “a la carta”, cada uno tiene la posibilidad, si lo desea, de elegir una forma de trabajo a tiempo parcial, en un momento de su vida y durante un tiempo limitado. El trabajo “a la carta” implica romper las normas y darnos nosotros las reglas. Es una nueva gestión del tiempo, de forma infinitamente móvil y variada. Es la oportunidad de ser dueños de nuestro tiempo. Es trabajar media jornada durante 5 años porque no haces hijos para perderte cómo crecen, para volver a ser luego el ejecutivo imprescindible. Es decidir tomarse un año sabático a los 50 retrasando un año la jubilación. Es trabajar durante 3 años con una jornada más larga para descansar luego un año. O trabajar esos tres años a media jornada renunciando, eso sí, a comprarte aquel coche nuevo, tan bonito y más grande. Es tomarte, a los 30, un año de formación-reconversión para cambiar de oficio; o dos años a media jornada para construir tu casa. ¿Vacaciones? Los veintidós días laborables de permiso no tienen sentido en un trabajo a media jornada, ¿por qué no hacer con ellos un bloque cada cuatro años? Debe haber tantas modalidades de relación con el trabajo como personas y empresas (cuyos intereses acaban aproximándose en un contexto de movilidad y flexibilidad). Cada cual debe tener la libertad de cambiar de ritmo a lo largo de su vida según sus ánimos, de manera provisional, siempre cuestionable.

Ajoblanco (Febrero, 1996)


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